Hannah Arendt y el totalitarismo

Antología de textos de filosofía política

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Principios de la democracia ateniense.

La democracia ateniense se basaba en la participación directa de los ciudadanos en la toma de decisiones políticas, lo que aseguraba que todos los ciudadanos varones libres pudieran ejercer su derecho a opinar y votar en los asuntos de la polis. La igualdad de palabra (isegoría), la igualdad ante la ley (isonomía) y la parresía (libertad de expresión) eran fundamentales, permitiendo que cada ciudadano tuviera la oportunidad de participar y que el poder no se concentrara en una sola persona o grupo. La parresía implicaba el derecho y el deber de hablar con franqueza y sinceridad, incluso si las palabras eran incómodas o impopulares, asegurando una deliberación abierta y crítica. La elección por sorteo para ocupar cargos públicos era una práctica clave que buscaba evitar la corrupción y la desigualdad, garantizando una participación equitativa en el gobierno.

Platón – La República

«La justicia, entonces, parece ser que consiste en que cada uno haga aquello para lo que está mejor preparado según su naturaleza, y no interfiera en lo que corresponde a los demás. Cada uno debe dedicarse únicamente a aquello para lo que la naturaleza lo ha dotado mejor, sin interferir en los asuntos ajenos. Solo cuando cada miembro de la comunidad actúa conforme a su naturaleza, la justicia puede ser alcanzada.» (La República, Libros II y IV)

«La división del trabajo en una sociedad ideal consiste en que cada persona debe dedicarse exclusivamente a aquello para lo que es naturalmente más apta. Al dividir el trabajo de esta manera, se asegura que cada tarea sea realizada de la mejor forma posible, contribuyendo así a la armonía y eficiencia de la comunidad. Platón defiende que esta especialización es la clave para alcanzar una sociedad justa, ya que cada individuo cumple con su función específica sin interferir en la de los demás.» (La República, Libro II)

Aristóteles – Política

«Hay tres formas correctas de gobierno: la monarquía, la aristocracia y la politeía, y sus correspondientes formas desviadas: la tiranía, la oligarquía y la democracia. La monarquía es el gobierno de uno solo en beneficio del bien común, mientras que la tiranía es su corrupción, pues el gobernante busca únicamente su propio beneficio. La aristocracia es el gobierno de los mejores, enfocados en el bienestar de todos, y su forma corrupta es la oligarquía, donde unos pocos gobiernan en su propio interés. La politeía, el gobierno de la mayoría en el interés común, se corrompe en la democracia, donde la búsqueda del interés particular prevalece.

El ciudadano es aquel que participa del poder deliberativo o judicial de la polis, y la justicia consiste en la igualdad proporcional que preserva el equilibrio entre los miembros de la comunidad. Esta justicia se entiende no solo en términos legales, sino como una virtud que garantiza la buena convivencia y la cooperación. La justicia no solo se refiere a lo legal, sino también a la igualdad que asegura la buena organización de la ciudad, permitiendo que cada uno ocupe el lugar que mejor le corresponde según su capacidad y méritos. Además, la justicia es el principio que mantiene la cohesión de la polis, asegurando que las diferencias sociales y económicas no deriven en conflictos que pongan en peligro la estabilidad del Estado.» (Política, Libro III)

Thomas Hobbes – Leviatán

«En el estado de naturaleza, los hombres son iguales en sus facultades, y esta igualdad da lugar a desconfianza mutua. Para garantizar la paz y la seguridad, los hombres acuerdan un pacto, cediendo su poder a una autoridad soberana. Este soberano tiene autoridad absoluta para garantizar la paz y la protección de los ciudadanos, ya que, sin un poder superior que controle a todos, la vida del hombre sería ‘solitaria, pobre, brutal y breve’.» (Leviatán, Capítulos XIII y XVII)

«Es evidente que para que la paz y la defensa común puedan ser logradas, es necesario que todos los hombres renuncien a sus derechos naturales, y transfieran su poder a una única persona o asamblea. Esta entidad, que se convierte en el soberano, actúa en nombre de todos y tiene la autoridad absoluta para garantizar la seguridad y el bienestar de los individuos, evitando así el caos del estado de naturaleza.» (Leviatán, Capítulo XVII)

«Una persona ficticia, según Hobbes, es una entidad creada por el pacto social para representar la voluntad colectiva de todos los ciudadanos. Es el soberano quien actúa como esta persona, llevando la voluntad de cada individuo a un solo poder unificado. Esta figura garantiza el orden y evita los conflictos, pues la autoridad soberana está legitimada por el acuerdo de todos, y su función principal es velar por la seguridad y el bienestar de la comunidad.» (Leviatán, Capítulo XVI)

«El concepto de ‘pueblo’ surge únicamente con la instauración del pacto social. En el estado de naturaleza, cada individuo sigue su propio interés y no existe ninguna forma de unión entre ellos. Solo cuando los individuos transfieren su poder a un soberano común y se comprometen a obedecerlo, se forma un ‘pueblo’ cohesionado bajo una autoridad común que garantiza la paz y la estabilidad. Así, el pueblo es la manifestación de la unidad política que emerge cuando hay una autoridad que representa y protege a todos.» (Leviatán, Capítulo XVIII)

John Locke – Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil

«La ley natural enseña que todos los hombres son iguales e independientes, y que ninguno debe dañar a otro en su vida, salud, libertad o posesiones. Esta igualdad y libertad inherentes llevan a la necesidad de establecer una sociedad civil donde el poder legislativo y el ejecutivo estén separados, para evitar cualquier forma de tiranía. La protección de la propiedad, de la vida y la libertad son los fines últimos del pacto social que da lugar a la sociedad civil.» (Segundo Tratado, Capítulos II y XII)

«El trabajo de una persona y lo que produce con él se convierte en su propiedad. Cuando un hombre trabaja la tierra, las semillas que planta y lo que cosecha se convierte en parte de él, pues ha mezclado su trabajo con la tierra. Así, la propiedad surge del esfuerzo personal y se justifica moralmente cuando se respeta la regla de no tomar más de lo necesario, para dejar lo suficiente para los demás.» (Segundo Tratado, Capítulo V)

“Al partirse del supuesto de que ese príncipe absoluto reúne en sí mismo el poder legislativo y el poder ejecutivo sin partición de nadie, no existe juez ni manera de apelar a nadie capaz de decidir con justicia e imparcialidad. […] Ese hombre, lleve el título que lleve, se encuentra tan en estado de naturaleza con sus súbditos como con el resto del género humano. Allí donde existen dos hombres que carecen de una ley fija y de un juez común al que apelar en este mundo para que decida en las disputas sobre derechos que surjan entre ellos, los tales hombres siguen viviendo en estado de naturaleza y bajo todos los inconvenientes.” (p. 172)

Jean-Jacques Rousseau – El contrato social

“El hombre ha nacido libre, y en todas partes está encadenado.” Libro Primero, Cap. II, p. 119.

“‘Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza común a la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual, uniéndose cada uno a todos, no obedezca, sin embargo, más que a sí mismo y permanezca tan libre como antes’. Tal es el problema fundamental, cuya solución da el contrato social.” Libro Primero, Cap. VI, p. 270

“Para que el pacto social no sea un formulario vano, implica tácitamente el compromiso, único que puede dar fuerza a los otros, de que el que se niegue a obedecer a la voluntad general será obligado a ello por todo el cuerpo; lo cual no significa otra cosa sino que se le obligará a ser libre; pues tal es la condición que, dándose cada ciudadano a la patria, le garantiza de toda dependencia personal; condición que constituye el artificio y el funcionamiento de la máquina política y que es lo único que hace legítimas las obligaciones civiles, las cuales serían, sin esto, absurdas, tiránicas y expuestas a los más enormes abusos”. Libro Primero, Cap. VII, p. 273.

“Lo que el hombre pierde por el contrato social es su libertad natural y un derecho ilimitado a todo lo que le tienta y está a su alcance; lo que gana es la libertad civil y la propiedad de todo lo que posee. Para no engañarse en estas compensaciones, hay que distinguir bien la libertad natural, que no tiene otros límites que las fuerzas del individuo, de la libertad civil, que está limitada por la voluntad general, y la posesión, que no es más que el efecto de la fuerza o el derecho del primer ocupante, de la propiedad, que sólo puede fundarse en un título positivo.

Podría agregarse a las adquisiciones del estado civil la libertad moral, única que hace al hombre verdaderamente dueño de sí, pues el impulso del simple apetito es esclavitud, y la obediencia a la ley que uno se ha prescrito es libertad”. Libro Primero, Cap. VIII, p. 274.

“La voluntad general es siempre recta y tiende siempre a la utilidad pública; pero no se deduce que las deliberaciones del pueblo tengan siempre la misma rectitud. Se quiere siempre su propio bien, pero no siempre se ve cuál es ese bien. Al pueblo no se le corrompe nunca, pero con frecuencia se le engaña, y es sólo entonces cuando parece que quiere lo que está mal.

Hay con frecuencia gran diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad general; ésta se refiere sólo al interés común, la otra al interés privado, y no es más que una suma de voluntades particulares: pero quitad de esas mismas voluntades los más y los menos que se destruyen entre sí, y queda como suma de las diferencias la voluntad general”. Libro Segundo, cap. III, p.  280.

“Si se indaga en qué consiste precisamente el mayor bien de todos, el cual debe constituir el fin de todo sistema de legislación, se encontrará que se reduce a dos objetos principales: la libertad y la igualdad. La libertad, porque toda dependencia particular es fuerza que se resta al cuerpo del Estado; la igualdad, porque la libertad no puede subsistir sin ella.

Ya he dicho lo que es la libertad civil; en cuanto a la igualdad, no debe entenderse por esta palabra que los grados de poder y de riqueza sean absolutamente los mismos, sino que, en cuanto al poder, esté por debajo de toda violencia y no se ejerza nunca sino en virtud del rango y de las leyes y, en cuanto a la riqueza, que ningún ciudadano sea lo bastante pobre como para verse obligado a venderse. Lo cual supone, por parte de los grandes, moderación de bienes y de crédito, y, por parte de los pequeños, moderación de avaricia y de ambición. Libro Segundo cap. XI

Karl Marx – El Manifiesto Comunista

La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de las luchas de clases.

Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, nobles y siervos, maestros jurados y compañeros; en una palabra, opresores y oprimidos, en lucha constante, mantuvieron una guerra ininterrumpida, ya abierta, ya disimulada; una guerra que termina siempre, bien por una transformación revolucionaria de la sociedad, bien por la destrucción de las dos clases antagónicas.

En las primitivas épocas históricas comprobamos por todas partes una división jerárquica de la sociedad, una escala gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores, vasallos, maestros, compañeros y siervos, y en cada una de estas clases gradaciones particulares.

La sociedad burguesa moderna, levantada sobre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido los antagonismos de clases. No ha hecho sino sustituir con nuevas clases a las antiguas, con nuevas condiciones de opresión, con nuevas formas de lucha.

Sin embargo, el carácter distintivo de nuestra época, de la época de la burguesía, es haber simplificado los antagonismos de clases. La sociedad se divide cada vez más en dos grandes campos opuestos, en dos clases enemigas: la burguesía y el proletariado. pp. 315-316

La burguesía ha ejercido en la Historia una acción esencialmente revolucionaria. Allí donde ha conquistado el Poder ha pisoteado las relaciones feudales, patriarcales e idílicas. Todas las ligaduras multicolores que unían el hombre feudal a sus superiores naturales las ha quebrantado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre hombre y hombre que el frío interés, el duro pago al contado.  pp. 317-318

Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra ella. Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que manejan esas armas: los obreros modernos, los proletarios. p. 322

Todas las clases que en el pasado se apoderaron del Poder ensayaron consolidar su adquirida situación sometiendo la sociedad a su propio medio de apropiación. Los proletarios no pueden apoderarse de las fuerzas productivas sociales sino aboliendo el modo de apropiación que les atañe particularmente y, por consecuencia, todo modo de apropiación en vigor hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar que les pertenezca, tienen que destruir toda garantía privada, toda seguridad privada existente. pp. 326-327

La abolición de las relaciones de propiedad que han existido hasta aquí no es el carácter distintivo del Comunismo.

El régimen de la propiedad ha sufrido constantes cambios, continuas transformaciones históricas.

La Revolución francesa, por ejemplo, abolió la propiedad feudal en provecho de la propiedad burguesa. El carácter distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa. pp. 330.

Los comunistas no se cuidan de disimular sus opiniones y sus proyectos. Proclaman abiertamente que sus propósitos no pueden ser alcanzados sino por el derrumbamiento violento de todo el orden social tradicional. ¡Que las clases directoras tiemblen ante la idea de una revolución comunista! Los proletarios no pueden perder más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo por ganar.

¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAISES, UNIOS!

p. 355

En toda época histórica el modo económico predominante de producción e intercambio, y la estructura social que se deriva necesariamente de él, constituyen el fundamento sobre el cual se basa la historia política e intelectual de esa época, que sólo a partir de él puede ser explicada; que, en consecuencia, toda la historia de la humanidad (…) ha sido una historia de luchas de clases, de luchas entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas; que la historia de estas luchas de clases constituye una serie evolutiva que ha alcanzado en la actualidad una etapa en la cual la clase explotada y oprimida -el proletariado- ya no puede lograr su liberación del yugo de la clase explotadora y dominante -la burguesía- sin liberar al mismo tiempo a toda la sociedad, de una vez por todas, de toda explotación y opresión, de todas las diferencias y luchas de clases. p. 372

Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista se sitúa el período de la transformación revolucionaria de la una en la otra. A éste le corresponde también un período político de transición cuyo Estado no puede ser sino la dictadura revolucionaria del proletariado.

Crítica del programa de Gotha. p. 404.

En la producción social de su existencia, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada ase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que eleva un edificio jurídico y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material determina el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. Se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, todo el inmenso edificio erigido sobre ella.

“Prólogo” a la Contribución a la crítica de la economía política. p. 67

Carl Schmitt – La teoría del totalitarismo

Lo político tiene sus propios criterios, y éstos operan de una manera muy peculiar en relación con los diversos dominios más o menos independientes del pensar y el hacer humanos, en particular por referencia a lo moral, lo estético y lo económico. Lo político tiene que hallarse en una serie de distinciones propias últimas a las cuales pueda reconducirse todo cuanto sea acción en un sentido específico.

Supongamos que en el dominio de lo moral la distinción última es la del bien y el mal; que en lo estético lo es la de lo bello y lo feo; en lo económico la de lo beneficioso o lo perjudicial, o tal vez la de lo rentable y lo no rentable. […]

Pues bien, la distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo.
pp. 58-59.

«El Estado totalitario es aquel que no reconoce límites en su poder y que se reserva el derecho de intervenir en todos los ámbitos de la vida social y privada. En el totalitarismo, el poder del Estado se impone por encima de la individualidad, eliminando cualquier posibilidad de autonomía y resistencia, ya que todo está subordinado a los intereses del poder central.» (La teoría del totalitarismo)

8. Hannah Arendt – Los orígenes del totalitarismo

«El totalitarismo busca transformar la realidad imponiendo una ideología que se sobrepone a la experiencia, eliminando el espacio para la libertad y la espontaneidad humana. La dominación totalitaria se caracteriza por su capacidad para destruir las relaciones humanas y anular la capacidad de actuar de los individuos, creando una sociedad homogénea y sometida a la autoridad central.» (Los orígenes del totalitarismo, Parte III)

“El totalitarismo utiliza el poder del Estado para imponer una ideología, y no para establecer la verdad, sino para construir una realidad ficticia. La ideología sustituye la experiencia de los hechos por una construcción mental que aspira a explicarlo todo» (Los orígenes del totalitarismo).

«El terror es la esencia misma del totalitarismo. No sólo sirve para intimidar, sino para destruir la capacidad de pensar críticamente y, por tanto, la capacidad de actuar. La finalidad última del terror es eliminar la espontaneidad humana» (Los orígenes del totalitarismo).

La propaganda totalitaria no trata de persuadir mediante argumentos racionales ni de ofrecer información factual; su propósito principal es organizar las mentiras de tal manera que ya no se pueda distinguir entre la verdad y la ficción. Al inundar el espacio público con mentiras deliberadamente absurdas, el régimen destruye la confianza en la propia percepción de la realidad.» (Los orígenes del totalitarismo).

«Los movimientos totalitarios necesitan enemigos objetivos. No importa si estos enemigos existen o si la acusación tiene base real, lo esencial es que haya siempre un enemigo a quien culpar de todo”