Vivimos en una etapa histórica en la que la mayoría de la sociedad se siente indignada con la clase política y con el sistema en el que vivimos. Casos de corrupción, suicidios de padres de familias desahuciadas, tasas de desempleo alarmantes y demás atrocidades inundan los periódicos a diario creando en el pueblo un malestar que crece de manera exponencial.
Sin embargo, a pesar de todo esto, poco ha cambiado desde que dicho malestar empezó a hacerse latente. A excepción de alguna manifestación puntual o de algún acto «revolucionario» muy excepcional la mayoría de la gente indignada se encuentra pasiva y poco hace al respecto (por no hablar de la gente acomodada).
Esto es fruto de un muy complejo entramado de factores que acaban inculcando una conducta conformista. Entre esos factores destacan la educación, la publicidad, los medios de comunicación, etc…
Pero también existe un factor que se encuentra dentro de nuestra herencia cultural, que muchas veces ignoramos y que (desde el punto de vista del escritor) es uno de los más importantes.
Vivimos en un país donde la religión ha desempeñado un papel fundamental durante siglos en el estilo de vida de las personas. La religión cristiana ha inculcado en la sociedad española su moral, la cual se vio influida a su vez por la moral agustiniana y, en menor medida, de la moral estoica.
Y es que estas dos morales nos invitan a la resignación o a la «alegre» aceptación de lo que a nuestro alrededor ocurre. De tal forma que si intentas cambiarte a ti mismo antes que al mundo que te rodea, dicen los partidarios de estas morales, alcanzarás una mayor felicidad.
Sin embargo, si esta moral triunfara en una sociedad, esta se anclaría en una inamovilidad que no daría cabida a ningún progreso social. Es más, es de sobra conocido que en los periodos alto y bajo medieval la iglesia utilizó esta moral para mantener su hegemonía. Manifestando que «si en la vida terrenal adoptas una actitud de resignación alcanzarás tras la muerte una vida infinita y mucho más dichosa» prevalecían en su posición de comodidad y dominio.
La aparición del protestantismo, la burguesía y el auge de las urbes ponen fin al sistema feudal. En muchos países europeos se va abandonando, de manera progresiva, esta moral conformista. Sin embargo en España la iglesia no pierde poder alguno, y esto trae como consecuencia el hecho de que este estilo de vida pasivo siga prevaleciendo de manera muy arraigada.
Esta moral nos ha condenado, en el mejor de los casos, a una actitud más bien reaccionaria . Tan solo cuando está extremadamente indignada (es decir, cuando ya se las han clavado por todos lados) la sociedad española pasa a la acción revolucionaria, diversos hechos como son el 2 de mayo de 1808 lo demuestran.
Lo ideal sería tomar una actitud accionaria que en cuanto tenga constancia de unos primeros indicios de malestar social actúe.
Por eso yo os animo a ir deshaciéndonos de esta herencia cultural tan nociva para nuestro bienestar. Hemos de abandonar esta postura de resignación para que, por primera vez, tomemos las riendas de nuestro propio camino como sociedad, sin dejar que sea otro auriga quien lo conduzca conforme a sus intereses.